(El pájaro morado
cruza los cielos de Sevilla, 1997)
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Ya son las nueve en Sevilla, es primavera y es viernes.
Es primavera y es
viernes, ya son las nueve en Sevilla,
es primavera y es viernes, la tarde se
fue despacio y el viejo convento duerme.
Y el viejo convento duerme, las sombras
de la españada,
le resbalan en la frente, las sombras de la españada le resbalan
en la frente.
Y
en un rincón semioscura,
casi loca y casi ausente, una madre espera a un hijo,
como las madres de siempre.
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De brazo en brazo le llevan hasta sus brazos la muerte.
Hasta sus brazos la
muerte, de brazo en brazo le llevan,
hasta sus brazos la muerte, cuánto mimo en
su regazo, con qué ternura lo mece.
Con que ternura lo mece, dieciocho caballos
lloran, su plata y su mala suerte,
dieciocho lloran su plata y su mala suerte.
Que
no se ha muerto que no, que es mi hijo y
ahora duerme,
mira en mi seno agridulce como como reluce la leche.
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Ay Piedad que te equivocas que tu hijo ya está inerte.
Que tu hijo ya está
inerte, ay Piedad que te equivocas que tu hijo ya esta inerte,
de apodo se hace
rosario y el muñidor dobla a muerte.
Y el muñidor dobla a muerte, dieciocho
caballos bailan,
ya no hay sombra en las paredes, dieciocho caballos bailan ya no hay
sombra en la paredes.
Ea la ea mi niño, ea la ea se duerme, no
tengas miedo cariño,
la noche es un potro breve.
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Ya son las diez en Sevilla es primavera y es viernes.
Es primavera y es viernes,
ya son las diez en Sevilla, es primavera y es viernes,
el muñidor ya se ha ido
dejando un eco de muerte.
Dejando un eco de muerte, la madre que ya está sola,
besa a su hijo y lo mece,
la madre que ya está sola, besa a su hijo y lo mece.
Ay
loca de amor herido, que grande tienes la frente,
sigue soñando pañales por favor
no te despiertes.