(El toro
de madrugada, 1981)
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Hermosa y Blanca Paloma estrella del firmamento.
Que en esta arena desierto te
quedaste a vivir.
Te
quedaste a vivir,
el sol te baña la frente el lucero matutino,
se ha escondido
entre los pinos y no se atreve a salir.
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No te alejes de nosotros, reina y pastora divina.
Quédate al pie de la encina
donde aquel hombre te vio.
Donde
aquél hombre te vio,
quédate que en este mundo de egoísmo y de rencores
tu rocío
huele a flores de esperanza y de perdón.
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En esa nube de oro hecha de polvo y la brisa,
se dibuja tu sonrisa bajo el
verde eucaliptales.
Bajo
el verde eucaliptal,
debajo de un eucalipto nuestros padres te rezaron,
y en tus
brazos se quedaron y en el sueño de la paz.
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Pastora de las marismas que cuida de tus ovejas,
escúchanos nuestras quejas que
salen del corazón.
Que
salen del corazón,
porque en medio de este odio, que corrompe a nuestra gente,
tu sonrisa solamente alivia nuestro dolor.